Época medieval

Hispania visigoda

El rey Leovigildo acabó con el reino suevo y afirmó la hegemonía visigoda en la península Ibérica. Su sucesor, Recaredo, abjuró del arrianismo, la religión de los visigodos, aceptando el catolicismo en el III Concilio de Toledo del año 589. En el siglo siguiente otro monarca, Recesvinto, promulgó el Liber Iudiciorum (654), por el que se ponía fin a las diferencias jurídicas entre visigodos e hispanorromanos. No obstante, la monarquía visigoda era débil, tanto por el carácter electivo de sus monarcas como por la gran influencia que ejercían la Iglesia y los magnates nobiliarios.

La población visigoda era muy reducida, sobre todo en comparación con la hispanorromana, y su economía era esencialmente agropecuaria. Paralelamente se desarrollaban las relaciones de tipo personal, que anunciaban la futura sociedad feudal. La principal institución política era el Aula Regia, órgano consultivo de los reyes. También tuvieron gran importancia los concilios eclesiásticos, en los que se trataban asimismo cuestiones políticas. En la cultura, claramente orientada al servicio de la Iglesia, la figura más relevante fue Isidoro de Sevilla, autor de las célebres Etimologías.

Árabes

Desde finales del siglo VII se recrudeció en la Hispania visigoda la lucha por el poder. En ese clima se produjo, en el año 711, la invasión de la península Ibérica por los musulmanes, que procedían del norte de África. La derrota y muerte del rey Rodrigo en la batalla de Guadalete supuso el fin del poder visigodo en Hispania.

En muy pocos años los musulmanes conquistaron todo el territorio peninsular, excepto las zonas montañosas del Cantábrico y del Pirineo. Los invasores (en su mayor parte beréberes aunque dirigidos por árabes) eran escasos, no obstante gran parte de la población anterior de Hispania aceptó la religión musulmana, convirtiéndose en muladíes, término con el que se designaba a quienes abrazaban el islam después de haber rechazado su religión original. Se estableció un emirato en Córdoba, dependiente de Damasco, donde se hallaban los califas. En el año 756 ocupó el emirato un miembro de la familia Omeya, Abd al-Rahman I, que pudo escapar a la matanza de la que fue objeto su familia y se proclamó emir independiente de los nuevos califas Abasíes, establecidos en Bagdad. Esa situación perduró hasta que en el año 929 el emir Abd al-Rahman III decidió proclamarse califa, lo que suponía la ruptura de los vínculos religiosos con Bagdad. A Abd al-Rahman III, que fue un gran político y militar, le sucedió como califa Alhakem II, famoso por su papel protector de las letras y las artes. Pero a finales del siglo X el hachib Almanzor se hizo con el poder en Córdoba, estableciendo una dictadura militar y lanzando terroríficas campañas contra los cristianos. El califato, no obstante, se desintegró en los primeros años del siglo XI, siendo finalmente sustituido por un mosaico de reinos de taifas.

Al-Andalus, nombre dado por los musulmanes a Hispania, tuvo una economía próspera, con una agricultura avanzada, en la que tenía un gran peso el regadío, y una importante actividad artesanal y mercantil. La circulación de monedas de oro (dinar) y de plata (dirham) y la vitalidad de los zocos de las ciudades son buenas muestras de ello. Pero también destacó al-Andalus por el desarrollo de la cultura, tanto en las disciplinas humanísticas como en las científicas. Recordemos, como ejemplo, la introducción, a fines del siglo IX, del sistema de numeración indio que se impuso al romano. En el campo de las artes sus obras más significativas son, entre otras, la mezquita de Córdoba y el palacio-ciudad de Medinat al-Zahara, cerca de Córdoba.

La Reconquista

En las montañas septentrionales, en donde vivían pueblos escasamente romanizados a los que se sumaron algunos godos que encontraron allí refugio, se formaron diversos núcleos de resistencia a los musulmanes. El más antiguo fue el de Asturias, surgido tras la victoria lograda en el año 722 por el godo Pelayo en Covadonga. El reino astur se proclamó heredero del visigodo, extendiendo su influencia hacia el este y hacia el oeste. El descubrimiento en tierras de Galicia, a principios del siglo IX, de los presuntos restos del apóstol Santiago dio un gran aliento a los cristianos. En el transcurso de los siglos IX y X se desarrolló la repoblación del valle del Duero, territorio que se encontraba semivacío, hasta la línea del río, adonde llegaron los astures hacia el año 900. Allí se creó una sociedad de nuevo cuño, en la que abundaban los campesinos libres. Al mismo tiempo el reino astur se había convertido en reino de León. No obstante dentro de la submeseta Norte se diferenciaban la zona occidental o leonesa, más próxima a la corte, y la oriental o castellana, aglutinada en un único condado (donde destacó la figura del conde Fernán González, que consiguió la independencia del condado), territorio de frontera en donde imperaba la costumbre y en donde se fue gestando la lengua romance castellana.

En la zona oriental de la península surgieron tres núcleos de resistencia. En los Pirineos occidentales nació el reino de Pamplona, que se expandió hacia el valle del Ebro en los inicios del siglo X. En los Pirineos centrales se constituyó el condado de Aragón. El más oriental de dichos núcleos era la Marca Hispánica, fruto de la colaboración entre los naturales de aquel territorio y los reyes francos. La Marca estaba integrada por diversos condados, de los cuales el más importante era el de Barcelona, en donde destacó, a finales del siglo IX, Vifredo el Velloso. Un siglo después se rompieron prácticamente los vínculos de los condes de la Marca con los reyes francos, acontecimiento que ha sido considerado como el acta de nacimiento de Cataluña.

A mediados del siglo XI cambió la correlación de fuerzas entre los cristianos y los musulmanes de Hispania. La fragmentación de al-Andalus facilitó la puesta en marcha de una ofensiva en toda regla por parte de los cristianos del norte. Desde esas fechas puede hablarse del inicio del periodo de la Reconquista, pues se luchaba para recuperar unas tierras sobre las que los cristianos creían tener derecho. En la zona occidental, los avances más espectaculares los llevó a cabo Alfonso VI, rey de Castilla (titulación surgida en el siglo XI) y León, quien ocupó Toledo (1085) y otras localidades del valle del Tajo, al tiempo que impulsó la repoblación de las Extremaduras, es decir el territorio situado entre el Duero y el sistema Central. En la zona oriental, los reyes de Aragón (también el antiguo condado se hizo reino en el siglo XI) conquistaron, a fines del siglo XI, Huesca y Barbastro, y los condes de Barcelona extendieron sus territorios hasta Tarragona.

Antes de concluir el siglo XI llegaron a la península, procedentes del norte de África, los almorávides, que unificaron nuevamente al-Andalus; pese a esto, Alfonso I de Aragón realizó importantes conquistas en el valle medio del Ebro, ante todo Zaragoza (1118). Unos años más tarde, ya con los almorávides en retirada, el conde de Barcelona Ramón Berenguer IV (protagonista de la fusión con el reino de Aragón) completó la ocupación del valle del Ebro, con la toma de Tortosa (1148) y Lérida (1149). Alfonso VIII de Castilla, por su parte, avanzó por la submeseta Sur, conquistando Cuenca (1177). No obstante, la llegada de los almohades, también desde el norte de África, en la segunda mitad del siglo XII, contuvo otra vez a los cristianos. Pero la resonante victoria alcanzada por una coalición de reyes cristianos formada por Pedro I de Aragón y Cataluña, Sancho VII de Navarra y Alfonso VIII de Castilla en las Navas de Tolosa (1212) no sólo acabó con los almohades sino que abrió paso a la irrupción de los cristianos en lo que quedaba de al-Andalus.

Las grandes conquistas cristianas tuvieron lugar en el siglo XIII. Jaime I de Aragón llevó a cabo la conquista de Mallorca (1229) e islas adyacentes y, posteriormente, del reino de Valencia, cuyo hito principal fue la toma de la ciudad de Valencia (1238). Fernando III, rey de Castilla y León, incorporó a sus dominios el valle del Guadalquivir, siendo sus éxitos más resonantes la ocupación de Córdoba (1236) y de Sevilla (1248). Su sucesor, Alfonso X, que había incorporado el reino de Murcia cuando sólo era infante, completó el dominio del valle del Guadalquivir con la conquista de Cádiz (1262). Las tierras recién ganadas a los musulmanes fueron objeto de un proceso repoblador: por una parte se premió a los nobles que participaron en la conquista, por otra se repartieron tierras entre los colonos que acudían desde el norte.

A mediados del siglo XIII había en la España cristiana dos grandes núcleos políticos: en la zona occidental los reinos de Castilla y León, unificados desde el año 1230, y en la oriental el bloque integrado por el reino de Aragón y el condado de Barcelona. Portugal se había convertido en reino independiente en el siglo XII. Navarra, sin participación en la Reconquista, se inclinaba hacia el territorio francés. En al-Andalus sólo subsistía el reino Nazarí de Granada.

La economía de los núcleos cristianos era esencialmente rural, con un papel muy destacado de la ganadería lanar trashumante, que contaba en Castilla, desde 1273, con una poderosa institución, el Honrado Concejo de la Mesta. Pero se observa al mismo tiempo un progreso de las ciudades y del comercio. De ahí que la sociedad, tradicionalmente integrada por clérigos, caballeros y campesinos, se diversificara con la aparición, desde el siglo XI, de la burguesía urbana. También había en los núcleos cristianos comunidades de mudéjares (gentes de religión musulmana) y de judíos. En el terreno político quizá la principal novedad fue la aparición de las Cortes en los diversos reinos hispánicos (1188 en León, 1218 en Cataluña, 1264 en Aragón, 1283 en Valencia). En las mismas, junto a la nobleza y el clero, participaban los representantes de las ciudades. Asimismo se difundió en el siglo XIII en la península el derecho romano, como se comprueba en las Siete Partidas, la magna obra jurídica del rey castellano-leonés Alfonso X.

La Iglesia conectaba cada día más con la cristiandad occidental. A fines del siglo XI llegó a la península Ibérica la reforma gregoriana y en el siglo XII nacieron las órdenes militares hispánicas (Alcántara, Calatrava y Santiago en la Corona de Castilla; Montesa, algo más tardía, en la Corona de Aragón). Por lo demás, existía una importante vía de comunicación con Europa, el Camino de Santiago, por el que circulaban personas, productos e ideas. También asistimos en el periodo comprendido entre los siglos XI y XIII a la consolidación de las lenguas romances, como el castellano, el catalán o el gallego. Desde el punto de vista cultural hay que destacar la Escuela de Traductores de Toledo, importante núcleo cultural en el que convivían intelectuales cristianos, musulmanes y judíos, y que alcanzó su mayor esplendor en tiempos de Alfonso X el Sabio. Figura destacada de la cultura fue asimismo el mallorquín del siglo XIII Raimundo Lulio (Ramón Llull).

Las dificultades del siglo XIV, plasmadas en los malos años de cultivos, las pestes y las guerras internas devastadoras, explican que la Reconquista cristiana quedara paralizada. En la Corona de Castilla fue importante la labor del monarca Alfonso XI, que aprobó el Ordenamiento de Alcalá (1348). Pero su sucesor, Pedro I, se enzarzó en una guerra fratricida con su hermano bastardo Enrique II el cual, tras su victoria, instauró la dinastía Trastámara en Castilla. Años más tarde el intento de fusión con Portugal fracasó al ser derrotado Juan I en Aljubarrota (1385). Por su parte la Corona de Aragón se proyectó, política y comercialmente, hacia el Mediterráneo. Los principales hitos de esta expansión fueron el dominio de Sicilia y la incorporación de Cerdeña, sin olvidar las hazañas protagonizadas por los almogávares en el Mediterráneo oriental. El principal monarca aragonés del siglo XIV fue Pedro IV, que incorporó definitivamente a la corona el reino de Mallorca.

En el siglo XV la Corona de Castilla se recuperó de la depresión de los dos siglos anteriores. Hubo un activo comercio de exportación en la zona cantábrica, básicamente de lanas con destino a Flandes. También la zona de Sevilla, animada por los hombres de negocios genoveses, gozaba de un gran dinamismo económico. En ese siglo alcanzaron fama internacional las ferias de Medina del Campo. En la Corona de Aragón, por el contrario, el siglo XV fue negativo, sobre todo en el ámbito del comercio mediterráneo. También Cataluña vivió en el siglo XV una profunda depresión. En el terreno político hubo en Castilla en este siglo frecuentes luchas internas, tanto en el reinado de Juan II, que tuvo como valido a Álvaro de Luna, como en el de Enrique IV; pese a todo, el poder real se fortaleció en Castilla. En la Corona de Aragón el trono, que había quedado vacante, pasó tras el Compromiso de Caspe (1412) a Fernando de Antequera, perteneciente a la familia Trastámara. Su sucesor, Alfonso V, conquistó Nápoles y fue un gran protector del humanismo. Juan II, que con anterioridad había sido rey de Navarra, hubo de hacer frente a la sublevación de Cataluña.

Los siglos finales de la edad media conocieron importantes tensiones sociales, provocadas por la expansión señorial y por la incidencia de la crisis económica. Los conflictos más graves fueron la sublevación de los payeses de remensa en Cataluña, y la segunda Guerra Irmandiña en Galicia, ambos desarrollados en la segunda mitad del siglo XV. Por otra parte, se quebró en esa época la convivencia entre cristianos y judíos; en 1391 las matanzas de hebreos, iniciadas en Sevilla pero rápidamente propagadas al resto de la península Ibérica, provocaron la conversión masiva de numerosos judíos. Así las cosas, en el siglo XV se planteó, particularmente en la Corona de Castilla, un grave problema, el de los conversos o cristianos nuevos. Desde el punto de vista religioso, no dejó de tener su efecto negativo en los reinos cristianos de la península el cisma de la Iglesia católica, que estalló en 1378. Al mismo tiempo progresaba la religiosidad popular y triunfaban los predicadores de masas, como el dominico Vicente Ferrer. Por lo demás en la Iglesia hispana se dejaba sentir la necesidad de una reforma religiosa que fuera capaz de poner fin a los abusos y a la inmoralidad.

El reino de Navarra rompió en el siglo XIV la supeditación que había tenido con respecto a Francia. Carlos III, que reinó entre los siglos XIV y XV, fue uno de sus monarcas más brillantes. Pero en el siglo XV aquel reino fue testigo de un conflicto desgarrador entre el rey Juan II y su hijo Carlos, príncipe de Viana. Por su parte el reino Nazarí de Granada, último vestigio islámico en la península, fue en los siglos XIV y XV un hervidero de intrigas palaciegas, que no lograba ocultar la magnificencia del palacio de la Alhambra.

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