Gastón, un trapecista de la gran familia del Circo del Sol
No es muy supersticioso, pero antes de salir a escena Gastón nunca se olvida de santiguarse y anudar una cinta roja en su muñeca izquierda. Son los rituales del que se juega la vida por amor al arte.
La suya es una profesión de altos vuelos: cada noche comparte escenario con la finlandesa Tuuli Paulina en un número de trapecio sincronizado al estilo clásico. Gastón Eliê es argentino y forma parte de un total de 900 artistas repartidos en los trece espectáculos que están de gira por todo el mundo creados por este prodigio de organización llamada Cirque du Soleil (Circo del Sol), que se ha convertido en un referente artístico mundial por su manera de renovar un espectáculo muy asociado a artistas vagabundos y muertos de hambre.
Sin elefantes, leones o tigres, pero con un conjunto de fieras del espectáculo entre los que se cuentan malabaristas, actores y gimnastas, las creaciones de la compañía fundada en Montreal en 1984 por Guy Laliberté se han convertido en algo más que circo, son exhibiciones artísticas completísimas que se acercan al teatro, al musical y a la danza, y que, como rezan sus tres palabras mágicas, pretenden, invocar, provocar y evocar, pero sobre “asombrar y dejar al público sin aliento”, dice Laliberté.
Una buena preparación física es esencial para conseguir esa perfección con la que los artistas de Cirque du Soleil siempre sorprenden. Gastón confiesa que cuida “bastante” su alimentación y entrena “dos veces por semana” su número, a lo que se añade la media hora de calentamiento que realiza antes de cada show. Semanalmente ofrecen 8 pases del espectáculo, que algunas veces pueden llegar a ser diez, una auténtica prueba sólo superada por los más preparados físicamente.
Pero no todo iba a ser sacrificio, el descanso es una pieza fundamental en su agenda: “Tenemos un día libre a la semana, los lunes; entre ciudades 10 días y también 15 de vacaciones una vez al año”. Estos calendarios de reposo serían imposibles sin una serie de números de reserva, muy importantes también en el caso de algún percance, que, dado el despliegue físico y el riesgo de los números que realizan, son algo habitual.
Entrar a formar parte del Cirque du Soleil no es cosa fácil, pero Gastón no se puede quejar: “Los castings son para cada uno algo diferente. Yo realicé mi acto y de inmediato fui elegido para estar dentro de la banca del Cirque”. Las pruebas de selección, a las que sólo se acude por estricta invitación, buscan a personas con cualidades extraordinarias, pero también capaces de aportar números propios que la compañía perfecciona y amolda al espíritu y simbología –que hay mucha- de cada espectáculo. Fue el caso, por ejemplo, del malabarista ucraniano de Dralion, Victor Kee, todo un ídolo en esta modalidad circense, en la que se ha llevado premios como los que concede el festival anual de circo de Montecarlo –un ‘payaso de plata’-, adaptó un número con el que ya llevaba un tiempo y que en los más de cinco años de andadura con la compañía ha llegado a perfeccionar de forma sublime.
Una ciudad sobre ruedas
Al igual que otros espectáculos como Varekai, Quidam o Saltimbanco, Alegría - que estará en Madrid hasta el 20 de diciembre y en febrero en Barcelona- viaja con una ciudad sobre ruedas que abarca un área de 20.000 metros cuadrados, que es autosuficiente en cuanto a energía y que incluye oficinas, una taquilla, una cocina con comedor y hasta una escuela. Todo está calculado al extremo para facilitar una vida ‘normal’ a los integrantes de cada espectáculo. Darse una vuelta por toda esa superficie es casi como estar ante una pequeña ciudad que se pone a funcionar en todo su esplendor por las tardes una hora antes del comienzo del show, en el que el nutrido grupo de técnicos, también acostumbrados a lidiar con el vértigo -a más de uno le toca estar en la parte más alta de la carpa o encaramado a alguna de las columnas con el foco preparado para no perderse nada-, ultiman cada detalle. Cualquier medida es insuficiente cuando la seguridad de varias personas está en juego
Todo está calculado, desde luego, pero eso no quita que unos cuantos imprevistos den lugar a unas cuantas anécdotas: acróbatas que intentan varias veces uno de esos saltos imposibles y al final tienen que desistir en su intento, artistas que no se desenganchan bien del arnés y al volver al techo se empeña en llevárselos de vuelta a las alturas o cosas más sencillas como piezas de vestuario que no quieren quedarse en su sitio. A Gastón fue el adorno que lleva en la cabeza el que le jugó una mala pasada “se me cayó durante mi acto. Fue muy gracioso terminar el número sólo con la redecilla en la cabeza”.
Cirque du Soleil empezó siendo una compañía con ingresos mínimos, pero actualmente se ha convertido en un modelo empresarial a seguir con 3.000 empleados repartidos por todo el mundo- han llegado a visitar el increíble número de 250 ciudades- y que factura anualmente hasta 350 millones de euros al año. Mario D’Amico, vicepresidente de marketing de la compañía afirma orgulloso que preguntar la clave del éxito de la compañía es “como preguntar por el secreto de la Coca-Cola” pero hay un factor “necesario y fundamental, que es la conexión emocional con los espectadores”.
“Emocionar, emocionar, emocionar” se puede oír decir a un director artístico para alentar a sus ‘muchachos’ antes de que salgan al escenario circular del Grand Chapiteau, la gran carpa, el alma de Cirque du Soleil; un lugar que requiere de ocho días para ser levantado con el esfuerzo de más de cien personas, un santuario artístico en el que 2500 personas pueden disfrutar del espectáculo.
Cuando Gastón y su compañera se encaraman a sus trapecios tienen el poder de mover a su antojo las miradas de un publico que les observa con devoción, que está dispuesto a aplaudir a rabiar y al que no le importará empequeñecerse ante las hazañas de estos y otros superhéroes de la escena creados por esta organización ejemplar siempre dispuestos a salvar al mundo con sus poderes artísticos.
elconfidencial.com, 21.11.06