Hispania visigoda
Los inicios
Desde el siglo III al V, diversos pueblos germánicos habían cruzado la península ibérica (suevos, vándalos y alanos fundamentalmente). Hacia el 409 o 410, se tienen noticias de la entrada por los Pirineos de un número no determinado de visigodos, otro pueblo germánico más civilizado.
En el 416 penetran como aliados de Roma, eliminando a los alanos y a parte de los vándalos. Aunque en el 418 se les recoloca en la Aquitania. Este abandono llevó a los suevos a ocupar buena parte de la península, con capital en Emérita Augusta, la actual Mérida. Tal acción llevo al Imperio Romano a pedir nuevamente a los visigodos, a través de su rey Teodorico II, la ayuda precisa para el control de Hispania. Las tropas visigodas cruzan los Pirineos y en el 456 capturan al rey Requiario, quedando el resto de los suevos instalados únicamente en lo que hoy se conoce como Galicia. El resto de la península queda en manos visigodas con capitalidad en Tolosa (actual Francia). Las oleadas de conquista se sucederán con posterioridad, pero ahora para ocupar espacios donde se instala todavía el Imperio Romano.
En el año 476, los visigodos ya se habían asentado en la península Ibérica y en el 490 termina el grueso de las migraciones desde el norte.
La sociedad de la España Visigoda
En este momento forman una minoría que empieza a estar integrada en la sociedad hispanorromana. Su número no se ha precisado con exactitud por historiador alguno, pero los cálculos más fiables hablan de 200.000 visigodos instalados en la península. Este es el tiempo en el que se produce la reutilización de los materiales de construcción romanos para basílicas, iglesias y otras construcciones civiles (ver Arte visigodo). Igualmente se produce una paulatina ruralización social, abandonándose las grandes ciudades en algunos puntos y creándose en torno a las villas romanas, núcleos de población más reducidos. En el 654 se publica el Liber iudicorum en el que se trata de recoger el derecho romano, junto a las prácticas, ya señoriales, que se habían ido instalando en la península en torno al derecho de propiedad.
Arrianos, ortodoxos y judíos
En cuanto a la religión, los visigodos siguen el arrianismo que se había extendido en el Imperio Romano en el siglo IV, aunque no existen enfrentamientos significativos con los denominados «cristianos ortodoxos». Los Concilios de Toledo, en especial durante el tercero celebrado en el 589, se solventa la división provocada por el arrianismo, pero sobre todo gracias a la conversión de Recaredo en el 587. Este proceso, no sin altibajos, lleva a una unificación de ambas confesiones. La situación favorece tres cuestiones que serán fundamentales: primero, la plena integración entre las comunidades godas y las hispanorromanas; segundo, el ascenso de la sociedad tímidamente feudal católica a las estructuras de poder visigodas y tercero, la aparición de figuras fundamentales de la nueva cultura como Isidoro de Sevilla, obispo, y cuyas Etimologías son consideradas por algunos como la primera gran obra de la Edad Media. La iglesia gana gran influencia social, legitima a los reyes a partir del 672 y el obispado de Toledo se convertirá en el más importante de todos los peninsulares.
La relación con los judíos fue siempre tensa. Aunque al inicio del periodo visigodo los problemas eran menores, la unificación con los arrianos llevaría a una mayor discriminación contra la amenaza judía, por lo que muchos de ellos se convirtieron falsamente. Especialmente estricto fue Sisebuto y Égica que confiscó sus propiedades acusándoles de conspirar contra la corona. Las medidas más comunes eran la prohibición de los matrimonios mixtos, aún en caso de judíos conversos; la prohibición de que los judíos tuvieran esclavos cristianos y las constantes reparaciones económicas a que eran sometidos sin motivo alguno.
El convulso Siglo VI
La monarquía visigoda conoció un momento de debilidad durante el siglo VI. Al menos dos reyes sucesivamente son asesinados, Teudiselo y Agila I, y en distintas zonas de la península se suceden las sublevaciones de terratenientes contra la autoridad real (Córdoba, Sevilla, Mérida, estas dos últimas capitales del reino). El imperio bizantino aprovechó la oportunidad con Justiniano I para ocupar un amplio frente de costa desde Alicante hasta la costa sur-atlántica portuguesa, controlando buena parte del mediterráneo hispano y el estrecho de Gibraltar, y con ello el comercio.
Atanagildo trasladó la capital a Toledo y Leovigildo consiguió cierto nivel de estabilidad de la monarquía con reformas monetarias, restableciendo el control soberano sobre territorios que se habían declarado independientes en la primera mitad del siglo VI, la conquista de Galicia con la derrota definitiva de los suevos, así como contra las instalaciones bizantinas, muchas de las cuales pasaron de nuevo a manos visigodas. No obstante, Leovigildo vivirá sus perores horas con la sublevación de su hijo Hermenegildo en el sur, convertido en cristiano ortodoxo. Hasta el 584 no se restaurará la paz con la derrota del hijo a manos del padre.
Los oscuros años del Siglo VII y VIII
La relativa paz que se respiraba con Leovigildo y Recaredo, se ve truncada nuevamente. Se suceden Liuva II, Witerico, Gundemaro y Recaredo II y de ellos, el que no es asesinado, incluso siendo menor de edad, muere en extrañas circunstancias. Únicamente Suintila, gran general, termina por expulsar a los bizantinos en el 620.
Recesvinto será reconocido por su labor legislativa de corta duración, mejorada por Wamba, pero que influirá de manera notable en los fueros locales a partir del siglo X.
Hacia el 710 se suceden los enfrentamientos por el trono tras la muerte de Witiza. Los pretendientes a la corona, Roderico (conocido como don Rodrigo) y Agila II, el primero en el sur y el segundo en el norte de la península, se situan en posiciones extremas. Se conviene en que Witiza había pactado antes de su muerte la invasión de los musulmanes para el control del reino. Otros sostienen que fue Agila II. En cualquier caso, los musulmanes, tras haber conquistado el norte de África, cruzan el estrecho de Gibraltar y conquistan Toledo, venciendo y matando a Roderico en la Batalla de Guadalete (o de la Laguna de la Janda). Su entrada es imparable y dos años más tarde sitian Zaragoza. Para el 713 toda la península, a excepción de Asturias, quedó bajo el dominio musulmán.
Varios nobles visigodos escaparon a Asturias, una zona fuera del control musulmán, y uno de ellos, un oficial de Roderico, llamado Pelayo, consiguió derrotar el 722 a una expedición de conquista musulmana en la batalla de Covadonga. Don Pelayo fue elegido rey y así se conseguirá la creación de un pequeño pero férreo núcleo de resistencia que daría lugar a la formación de los primeros reinos cristianos.